miércoles, 27 de octubre de 2010

Un diminuto punto azul


En 1990, cuando el Voyager 2 dejó Neptuno y se dispuso a salir del sistema solar, dio un giro para tomar la última foto de la tierra. Entonces se pudo ver la imagen más lejana de nuestro planeta, a 6000 Millones de kilómetros. Los comentarios de Carl Sagan sobre esta histórica foto, que aparecen como colofón de la serie Cosmos, fueron los siguientes:


La nave espacial estaba muy lejos de casa. Pensé que sería una buena idea, justo después de Saturno, dejar que echaran una última mirada.
A partir de Saturno, la Tierra parece demasiado pequeña para el Voyager como para distinguir ningún detalle. Nuestro planeta no es más que un punto de luz, un pixel solitario que apenas se distingue, pero una imagen que vale la pena tener.

Había sido bien comprendido por los filósofos y científicos de la antigüedad que la tierra era un simple punto en un vasto cosmos, pero nadie la había visto como tal. Ahora era nuestra oportunidad, y quizás también la última en las próximas décadas.

Así que, aquí están: un mosaico de planetas sobre un fondo de estrellas distantes. Debido al reflejo de la luz del sol fuera de la nave, la tierra parece estar sentada en un haz de luz, como si este pequeño mundo tuviera algún significado especial, pero es tan solo un accidente de la geometría y la óptica. No hay ninguna señal de los humanos desde esta perspectiva: ninguna huella del hombre sobre la superfície de la tierra, ni señal de nuestras máquinas ni de nosotros mismos.
Desde este punto de vista, nuestra obsesión con los nacionalismos no es evidente. Somos demasiado pequeños. En la escala cósmica los humanos son intrascendentes: un manto tenue de vida sobre un oscuro y solitario trozo de roca y metal.

Consideremos de nuevo este punto. Eso es nuestro hogar, eso somos nosotros, y en él, todo aquel que amas, todos los que conoces, todo el mundo del que alguna vez has oído hablar. Todos y cada uno de los seres humanos que en algún momento vivieron ahí sus vidas. El conjunto de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas. Cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro moral, político corrupto, cada líder supremo, cada estrella, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivían allí, en una mota de polvo suspendida sobre un haz de luz.

La tierra es un diminuto escenario en una vasta arena cósmica.

Piensa en las interminables crueldades que los habitantes de una esquina de ese pixel han causado a los habitantes de alguna otra esquina. Que reiteradas son sus incomprensiones, que dispuestos a matarse unos a otros, que ferviente su odio. Piensa en los ríos de sangre derramada por todos esos generales y emperadores, para que en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de ese punto.
Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.

Nuestro planeta es tan solo una mota en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay indicio de ayuda que llegue desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. Nos guste o no, por el momento, la tierra es donde tenemos que quedarnos.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad y construcción del carácter. Quizá no hay mejor demostración de la ridícula insensatez de nuestros prejuicios y presunciones que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo. Pone así de manifiesto nuestra responsabilidad de tratarnos más amablemente unos a otros, y preservar y cuidar el único hogar que jamás hemos conocido: Ese pálido punto azul.

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